¿Puede contemplarse una tragedia que evidencia el latido mismo de la tierra? Eduardo Nave no es vulcanólogo ni explorador, pero bien podría serlo, porque cuando el volcán despertó, se dirigió a la isla de La Palma para captar no solo los ochenta y cinco días en que estuvo activo, sino sus cuatro estaciones. Y lo hizo para descubrir, como hicieron los primeros exploradores y el propio Hokusai, qué cosa es un volcán.
Después de todo, ser fotógrafo consiste también en encontrar la perspectiva adecuada, el lugar desde el que el espectador pueda inventar la imagen verdadera, que siempre anida en los márgenes. Un trabajo como este, que está hecho al pie del suceso, necesita hilvanar algo más complejo que involucra tanto al paisaje como a quienes lo habitan. A modo de ukiyo, que son unas estampas japonesas que hacen referencia al mundo efímero, fugaz y transitorio, se nos muestra como la intuición evidencia las distintas capas de significado que guardan las imágenes.
De la erupción del volcán quedaron los rojos vibrantes, pero en las fotografías no puede apreciarse el sonido, hay que imaginarlo: el rugido incesante de una tormenta sin fin, el mar embravecido, ese rumor furibundo y constante, la fuerza telúrica que emerge directamente del interior de la Tierra para recordarnos que vivimos en la punta del iceberg, que pisamos un suelo frágil compuesto por capas que nos son desconocidas.
Un acontecimiento geológico como este es la certeza y tal vez la confirmación, de que más allá de la noticia hay una línea que nos conecta con el lugar donde vivimos. Una línea que nos invita a preguntarnos si no ha llegado el momento de establecer un diálogo que despierte un interés global, vinculado al sonido que guarda el interior de la Tierra.
Los volcanes crearon la atmósfera que necesitamos para respirar, también las condiciones para que una isla como La Palma fuera posible. Quizás, aunque esto es una suposición, solo cuando renace una isla se apaga definitivamente el calor del volcán. Aunque no es que se apague, sino que se esconde, porque lo propio de los volcanes es vivir agazapados, a la espera. De nuevo un recordatorio de que nada es seguro, ni siquiera el suelo que pisamos. Lo dice en un verso el poeta sueco Tomas Tranströmer: «La belleza persiste, como un tatuaje». También el volcán, también su sombra.
Páginas: 192
ISBN La Fábrica: 978-84-18934-56-8
ISBN Ediciones Remotas: 978-84-125891-4-6
Año: 2022
Tamaño: 15x23 cm
Tipo impresión: Offset en cuatricromía y heptacromía con trama estocástioca.
Nº fotos: 85
Textos: Laura Ferrero
Diseño: Underbau