El desembarco de Normandía supuso el principio del fin de la II Guerra Mundial, un hecho importante grabado en la memoria del siglo XX. Pero ¿Qué sucede cuando un lugar se convierte en parte de la historia? ¿Es capaz de guardar memoria el paisaje?
El espacio retratado por el fotógrafo contiene una grieta vinculada a nuestro pasado. Latente como el vestigio de una herida, llama la atención tanto del fotógrafo como del espectador, porque intuir las ruinas de una batalla desde el presente, nos enfrenta también a sus fantasmas.
Todo esto supone una reflexión sobre el peso y el rastro de la historia que ha quedado atrapada en la luz de aquellas playas, donde miles de hombres tropezaron con un infierno de minas y disparos que generaron una confusión de miles de muertos, que han quedado ligados al constante romper de las olas. Cuando se mira con atención esas playas y se hace a través de una cámara, se percibe un temblor que trasciende lo visual, porque la fotografía, valiéndose de lo poético de la contemplación del lugar, nos hace participes de nuestra historia.