Pompeya. Año 79 d. C.
Los lugares nos hablan de aquello que ocurrió. Las ruinas se erigen como huellas de un pasado que se expande pues aquí, más que en cualquier otro lugar, podemos atestiguar el paso del tiempo. Sin embargo, el presente lucha por su evidencia, nos descubre la herida entre dos presencias reales. El pasado y presente se funden. El tiempo, tal y como lo conocemos, deja de existir pues ambas dimensiones quedan maquilladas.
Pompeya se ha convertido en la escenificación de la escena y el hombre es espectador sin saber que será espectáculo. Tenemos ante nosotros el velo de ambigüedad, de la confrontación de la memoria con la vivencia. Los pliegues de dicha memoria contribuyen a diluir la tragedia del suceso. Somos testigos de la fragilidad humana sin abandonar la ignorancia.
Las nostalgia queda difuminada. Las huellas aquí ya son huellas del presente.
Joana E. Sendra Alemany